SIN EL DOMINGO NO PODEMOS VIVIR

Hace unos años, el Papa Juan Pablo II en la Encíclica Dies Domini escribía estas palabras: «Que todos los fieles vean muy claro el valor irrenunciable del domingo en la vida cristiana.

Actuando así nos situamos en la perenne tradición de la Iglesia, recordada firmemente por el Concilio Vaticano II al enseñar que, en el domingo, “los fieles deben reunirse en asamblea a fin de que, escuchando la Palabra de Dios y participando en la Eucaristía, hagan memoria de la pasión, resurrección y gloria del Señor Jesús y den gracias a Dios que los ha regenerado para una esperanza viva por medio de la resurrección de Jesucristo de entre los muertos (cf 1Pe 1,3)”» (Dies Domini, 6).

Sobre el mismo tema predicó el Papa Benedicto XVI en la homilía de una misa celebrada en Viena con motivo de su viaje a Austria, en septiembre de 2007, en la que repetía la frase pronunciada por los mártires de Abitinia, quienes respondieron a la prohibición del emperador Diocleciano de reunirse para celebrar la eucaristía con esta frase: «Sin el domingo no podemos vivir» .

Destacamos algunas de las ideas contenidas en aquella predicación del Papa.

El domingo, en nuestras sociedades occidentales, se ha convertido en un fin de semana, en tiempo libre.

El tiempo libre, especialmente en medio de la prisa del mundo moderno, es ciertamente algo bello y necesario. Pero si el tiempo libre no tiene un centro interior que ofrece una orientación de conjunto acaba convirtiéndose en tiempo vacío que no refuerza ni ofrece descanso. El tiempo libre tiene necesidad de un centro, el encuentro con Aquel que es nuestro origen y nuestra meta.

Recordando el ejemplo de los primeros cristianos, Benedicto XVI explicó que para ellos la misa dominical no era vista «como un precepto, sino como una necesidad interior».

También nosotros tenemos necesidad del contacto con Jesús Resucitado, que nos apoya hasta después de la muerte. Tenemos necesidad de este encuentro que nos reúne, que nos da un espacio de libertad, que nos permite mirar más allá del activismo de la vida cotidiana para contemplar el amor creador de Dios, del que procedemos y hacia el que estamos en camino.

También explicó el Papa que el domingo al mismo tiempo nos recuerda el último día de la creación de Dios, como es narrada en el Génesis: «Por este motivo, el domingo también es en la Iglesia la fiesta semanal de la creación, la fiesta de la gratitud y de la alegría por la creación de Dios».

Mn Francesc

Hoja mensual Julio 2010

MES DEL SAGRADO CORAZON

Este año, el primer domingo del mes de junio, día 6, celebramos la Solemnidad del Corpus Christi, una de las fiestas más tradicionales y queridas del pueblo cristiano. En ella se conmemora la institución de la Santísima Eucaristía, el Jueves Santo, con el fin de tributar al Santísimo Sacramento un culto público y solemne de adoración, amor y gratitud.

A lo largo de los siglos se ha celebrado el jueves después del domingo de la Santísima Trinidad, pero la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II permitió que pudiera trasladarse, donde las Conferencias Episcopales lo vieran oportuno, al domingo siguiente.

Aunque en la Iglesia siempre ha habido una fe clara e inequívoca en la presencia real de Jesucristo bajo las especies eucarísticas, no es hasta el siglo XIII que, por la Bula Transiturus del Papa Urbano IV el 8 de septiembre de 1264, se ordena la celebración de la Solemnidad. En dicha bula se preveía la celebración de la solemnidad el jueves después del domingo de la Santísima Trinidad, y se otorgaban muchas indulgencias a todos los fieles que asistieran a la santa misa y al Oficio Divino, que, en gran parte, fue compuesto por Santo Tomás de Aquino.

La tradición de las procesiones del día del Corpus surge posteriormente.

Seguramente inspiradas en las que tenían lugar en las zonas rurales, en las que se llevaban en procesión los santos por los campos, poco a poco se va generalizando la procesión con el Santo de los Santos para llevar, por los lugares donde se realiza la vida ordinaria de las personas, al mismo Dios hecho Eucaristía. Poco a poco las procesiones se van extendiendo por las distintas diócesis y, a finales del siglo XIV, son comunes en el orbe cristiano.

Con esta procesión el pueblo cristiano atestigua su gratitud y recuerdo por tan inefable y verdaderamente divino beneficio, por el que se hace nuevamente presente la victoria y triunfo de la muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo.

Mn. Francesc

 Hoja mensual Junio 2010

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