La mejor escuela: La familia

Es de todos bien sabido que la mejor escuela es la familia. La educación y la formación que se recibe en una familia cristiana son insustituibles, porque se fundamentan en el amor de los padres y de los hijos. Amor sólo superado por el amor de Dios. De ahí, que, si los padres aman a Dios, su amor mutuo y el amor a los hijos será todavía más grande y auténtico, y, como consecuencia, en esa familia se transmitirá un modo de vivir maravilloso, que será difícil olvidarlo. Lo que hemos aprendido en el seno familiar nos acompaña toda la vida, aunque en algún momento nos podamos despistar y acabemos ocultando lo que hemos aprendido.

En la familia aprendemos a amar, es decir, a darnos, a ser generosos, a respetarnos, a ayudarnos, a buscar lo mejor para el otro. Aprendemos a afrontar la vida con responsabilidad, a ser trabajadores, a construir un futuro esperanzador. Ahí se forja el carácter, aprendemos a dominar y encauzar los sentimientos y los afectos, aprendemos a ser hombres y mujeres que saben seguir los designios de Dios. Aprendemos a sentirnos seguros. Y tantas cosas más.

Este mes se celebre un nuevo encuentro mundial de las familias, con el lema “El Evangelio de la Familia: Alegría para el mundo”. La familia cristiana es la buena nueva para el mundo, es su alegría, porque enseña el bien y a hacer el bien, en contra de todo el relativismo reinante en el mundo actual. Para ello, el Papa nos recuerda que para alcanzar el bien se requiere el combate espiritual que nos lleva al desarrollo de lo bueno, a la maduración espiritual y al crecimiento del amor, que son el mejor contrapeso ante el mal. ¡Cuánto puede ayudar la familia!

Acudamos a María, Asunta al Cielo, pidiendo por los frutos de la Jornada Mundial de las Familias.

Mn. Xavier Argelich

Discernir el querer de Dios

En frecuentes ocasiones el Papa Francisco ha utilizado la expresión “discernir” en sus escritos y en su predicación oral. La volvemos a encontrar en el programa del Sínodo de Obispos del próximo mes de octubre, sobre los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional. También aparece en el nuevo plan pastoral de la Archidiócesis de Barcelona.

Hoy en día encontramos muchas dificultades para llevar a cabo un verdadero discernimiento y, de manera especial, cuando debemos decidir sobre cuestiones de gran trascendencia para nuestra vida. Se nos hace difícil discernir entre el bien y el mal; entre lo que realmente me conviene y lo que me viene en gusto o hacen la mayoría de nuestros amigos y compañeros. Vemos como cuesta decidirse a contraer verdadero matrimonio y, también, nos damos cuenta de lo difícil que es decidirse a secundar una llamada específica de Dios al servicio de la Iglesia y de las almas. Somos conscientes de la falta de vocaciones en la Iglesia y, a la vez, tenemos deseos grandes de seguir y cumplir el querer de Dios para nosotros. Pero no nos acabamos de decidir.

El estilo actual de la sociedad no nos facilita tomar la decisión adecuada, aquella que nos llenará de felicidad, aunque nos complique la vida. Si procuramos acercarnos más a Dios, con una vida sacramental y de oración intensa, encontraremos la fuerza necesaria para descubrir el querer de Dios y decidirnos a vivirlo. Esto es discernir. Como hicieron los apóstoles, que les bastó un “sígueme” de nuestro Señor para dejarlo todo y jugarse la vida por Cristo. Del mismo modo lo han hecho tantos santos y tantos cristianos, así como muchos de nuestros padres y abuelos.

Quiero recordar ahora al beato Álvaro del Portillo, quien el 7 de julio de 1935 asistió a una predicación de San Josemaría y al final de la misma se decidió a entregarse por completo a Dios, sin necesidad de muchas reflexiones y cavilaciones, sin dudar del querer de Dios para él, sin necesidad de consultar a otros ni experimentar otras cosas. Lo vio claro, se fió de Dios y le dijo que sí, hasta el final de su vida. Ahora lo veneramos como beato. Otro ejemplo muy querido por nosotros: la Virgen María. ¡Discernamos y decidámonos! ¡Vale la pena!

Mn. Xavier Argelich

 

Cualidades de la santidad actual

El Papa Francisco nos enseña cuáles deben ser las notas o características de la santidad en el mundo actual. Me parece de gran interés recordarlas este mes dedicado a la devoción al Sagrado Corazón de Jesús. El que desea de verdad alcanzar la santidad en su caminar terreno, procura tener los mismos sentimientos que Cristo, busca parecerse cada vez más a Él. De ahí, la importancia de fijarnos en esas cualidades que nos señala el Santo Padre, ya que, nos facilitarán enormemente la tarea de imitar a Jesucristo, nuestro modelo de santidad.

El Papa define estas cualidades cómo cinco grandes manifestaciones del amor a Dios y al prójimo. En primer lugar, la paciencia y la mansuetud, que nos llevan a aguantar, a soportar las contrariedades y las inestabilidades de la vida, así como las agresiones, las infidelidades y los defectos de los demás.

En segundo lugar, la alegría y el buen humor. El santo ha de ser capaz de vivir de esta manera, sin perder el realismo, y con su fe ilumina el espíritu de los demás de manera positiva y esperanzada. El santo, en tercer lugar, es audaz, entusiasta, habla con libertad y tiene fervor apostólico. La compasión entrañable de Jesús, lo movía a salir de sí mismo para anunciar con fuerza, curar, y liberar. Del mismo modo debemos desear tener ese mismo espíritu evangélico e interesarnos por todas las personas, procurando transmitirles la alegría de la vida cristiana.

Continúa el Papa recordando que, para vencer en nuestras propias luchas para ser más santos, necesitamos la ayuda de los demás. No podemos aislarnos, debemos aprender a ayudar y a dejarnos ayudar. La santidad es personal, pero se alcanza junto a la comunidad creyente. Y, por último, nos señala que la santidad está abierta a la trascendencia, que se manifiesta en la oración y en la adoración.

Mn. Xavier Argelich

Ser santos en el mundo actual

El Santo Padre Francisco nos acaba de escribir una Exhortación Apostólica sobre la santidad en el mundo de hoy muy interesante y de lectura recomendada. Como casi todos sus documentos, comienza con una invitación a alegrarnos. La santidad es camino de felicidad y alegría, a imitación de la vida de Jesucristo. El santo es que una persona alegre porque busca en todo momento hacer la voluntad de Dios y la unión con Él. Esto supone estar abierto a los demás, algo que el Santo Padre destaca de manera especial como una característica del santo. La Santidad es el ejercicio de las Bienaventuranzas, es vivir en comunidad, empezando en la propia familia, es paciente, audaz y busca la constancia en la oración. El santo está abierto a la vida, el mundo y a los demás porque busca amar por encima de todo.

Frente a las circunstancias actuales de nuestra sociedad globalizada y que vive sin Dios, encuentro de gran significación e importancia este documento, en particular para remover los corazones de los creyentes y provocar una reacción profunda dentro de nosotros mismos para vivir la vida cristiana con plenitud. Sin necesidad de ser perfectos, pero con el firme deseo de buscar la perfección a la que Dios nos llama, es decir, a dejar que Dios nos vaya transformando, nos haga santos a pesar de nuestras deficiencias y debilidades, de nuestras imperfecciones. Dejar hacer a Dios en nuestras circunstancias personales, en nuestro día a día en el mundo de hoy. Afrontar la realidad con naturalidad y sencillez, pero deseando llegar a la santidad personal.

El nuevo documento nos ha llegado a las puertas del mes de María, a quien el Papa llama “la santa entre los santos” y ha querido concluir la Exhortación animándonos a acudir frecuentemente a su intercesión maternal, a Ella que es “la más bendita, la que nos enseña el camino de la santidad y nos acompaña. ” Nos invita a “conversar con ella”, ya que de esta manera “nos consuela, nos libera y nos santifica”. Nos recuerda que la Madre no necesita muchas palabras, no hace falta hacer un gran esfuerzo para contarle lo que nos pasa, es suficiente musitar a menudo: “Dios te Salve, María…”.

Mn. Xavier Argelich

Una Bendición Pascual para las familias

¡Cristo ha resucitado! Este es el gran anuncio a toda la humanidad desde hace veintiún siglos y que la Iglesia no se cansa de anunciar ininterrumpidamente.

La Resurrección de Jesucristo es el mayor acontecimiento de la historia del  mundo entero y del universo. Es el motivo principal de nuestra fe y la certeza más sólida de toda esperanza del cristiano. Por eso la celebramos con gran júbilo y una alegría inmensa. Animemos a nuestros familiares, amigos y conocidos a participar de esta celebración.

La Pascua de Resurrección es un buen momento para celebrarla, no sólo en la Iglesia, sino también en la Familia, por eso es una tradición bien arraigada la Bendición de las Familias durante este tiempo pascual. Podemos hacerlo comunitariamente o con la familia reunida. Pienso que este año es una buena ocasión para que todos recibamos esta bendición. Lo podemos hacer recitando esta oración en familia en nuestro propio hogar:

“Oh Dios, creador y misericordioso restaurador de tu pueblo, que quisiste que la familia, constituida por la alianza nupcial, fuera signo de Cristo y de su Iglesia, derrama la abundancia de tu bendición sobre nuestra familia, reunida en tu Nombre, para que quienes en ella vivimos unidos por el amor nos mantengamos fervientes en el espíritu y asiduos en la oración, nos ayudemos mutuamente, contribuyamos a las necesidades de todos y demos testimonio de la fe a través de nuestro amor. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén”.

La Resurrección de Cristo es un gran don para todos. Procuremos que sus frutos lleguen a todas las familias, tan necesitadas de la bendición de Dios. ¡Feliz Pascua!

Mn. Xavier Argelich

El reencuentro con Cristo

Adentrados en la Cuaresma, en este tiempo de preparación para la celebración de los grandes misterios de nuestra fe, queremos reencontrarnos, una vez más, con Cristo, nuestro Redentor. Nuestro caminar en este mundo está lleno de momentos de flaqueza y descamino, y necesitamos volver a la senda segura una y otra vez. Del mismo modo que en la vida familiar es necesario que se produzcan frecuentes reencuentros entre los esposos, entre padres e hijos y entre hermanos y, también, entre familiares y amistades, también debemos hacerlo en nuestra vida espiritual. Y menos mal que se dan estos reencuentros! Qué maravilla reparar, curar, cerrar heridas, perdonar y pedir perdón.

La Iglesia, que es Madre y familia, nos anima cada año con la Cuaresma a vivir un nuevo encuentro con Cristo, mediante la oración, el sacrificio y las obras de caridad, que nos facilitan el reconocer nuestros desvíos y descamines, nos empujan al arrepentimiento y a la contrición, para culminar en el abrazo paterno y materno de Dios en el esplendido sacramento de la Reconciliación, en la confesión contrita, concisa y completa de nuestros pecados. Así quedamos limpios y purificados en el alma para poder unirnos a Cristo en su Pasión y muerte y gozar con Él en la Resurrección.

Con frecuencia comprobamos y experimentamos todo el mal que nos rodea. Pero nos cuesta reconocer el mal que hay en nosotros. Cuando consigamos reconocerlo y enmendarnos, experimentaremos una gran alegría y un gozo inmenso, como tantas veces lo habremos experimentado a lo largo de nuestra vida.

Acudamos al glorioso San José, cuya fiesta celebraremos ya bien avanzada la Cuaresma, para que nos facilite el esperado y deseado reencuentro con Jesucristo, a quien él acogió con corazón puro y sincero.

Mn Xavier Argelich

La Familia, un gran bien

¿La familia está en crisis? Una visión general y algo superficial nos llevaría a contestar afirmativamente a esta pregunta, y seguramente así lo hemos hecho en más de una ocasión. Hay muchas familias realmente en crisis, pero en propiedad, la familia no está en crisis, todo lo contrario, la familia es y será siempre un gran bien. Es más, la familia es la solución a esa supuesta crisis, y por eso los cristianos debemos mostrar la fuerza, la belleza y el bien de la institución familiar.

La familia es un don precioso de Dios. En ella nacemos, crecemos, aprendemos y nos sentimos protegidos, a pesar de los pesares. Debemos valorar mucho nuestra propia familia, sea como sea, porque es la nuestra. En la medida en que la aceptemos y la amemos como es, nos será más fácil apreciarla, estar agradecidos y ayudar a mejorarla.

Todos necesitamos una familia y sentirnos parte de la misma. Cuando es así, es muy fácil reconocer el gran bien que es cada familia. Y cuando no es así, nos falta algo muy importante y básico para nuestro desarrollo integral. Es entonces, cuando debemos darnos cuenta de que la Iglesia es una gran familia capaz de acogernos a todos, sea cual sea nuestra situación personal, porque Dios es Familia y ha querido que el hombre y la mujer vivan en familia y lo mismo su Iglesia.

Preguntémonos cada uno qué puedo hacer para ensalzar el valor de mi familia, cómo puedo contribuir a que realmente refleje más la imagen de la Santísima Trinidad, siguiendo el modelo de la Sagrada Familia de Nazaret. Vale la pena el esfuerzo y el empeño por revalorizar el papel que juega la familia en nuestras vidas y en la sociedad entera. Cuando la familia va bien nos sentimos bien y afrontamos las dificultades con mayor optimismo y esperanza, Empecemos por rezar más por los miembros de nuestra familia y por la Iglesia entera.

Mn. Xavier Argelich

Año nuevo: Familia y llamada

Al iniciar un nuevo año formulamos nuestros buenos propósitos de mejorar en todos, o al menos en buena parte, de los distintos aspectos que conforman nuestra vida. Y es bueno que lo hagamos así, ya que supone un buen estímulo para seguir progresando como personas. Significa, también, que afrontamos nuestra existencia con ilusión y esperanza, avanzando hacia una meta concreta y definitiva, que nos interpela constantemente y nos muestra el camino a seguir, porque Él, Cristo, también lo ha recorrido, tal como hemos vuelto a revivir en estos días navideños.

Este año me propongo dedicar estas editoriales a reflexionar sobre dos aspectos de gran relevancia para la vida de la Iglesia y de la sociedad: la Familia y la llamada de Dios al servicio de su Iglesia y de todos. Son dos aspectos en los que el magisterio del Papa Francisco ha profundizado de manera especial y preferente. Y continuará haciéndolo, ya que sin la familia y sin vocaciones la transmisión de la fe no es posible. Para llevar el mensaje de Jesucristo al mundo entero se requiere que la institución familiar sea fuerte y que de ella surjan abundantes apóstoles, dispuestos a anunciar la Buena Nueva inaugurada con el nacimiento del Hijo de Dios.

Nos facilitará esta tarea la relectura de la Exhortación Apostólica “Amoris Laetiae”, la Alegría del Amor, así como los documentos preparatorios del próximo Sínodo de Obispos sobre “Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional”. Empecemos el año con el propósito de rezar más por la familia y por los jóvenes. Tanto el relato del Génesis de la creación del hombre y la mujer, como el relato evangélico de la elección de los apóstoles se encuadran en un clima de oración y, a la vez, de cierta solemnidad. Por eso, la principal actitud de los que tenemos fe, frente a la familia y las vocaciones, es la oración y la consciencia de la trascendencia de ambas realidades, que son inseparables, para la vida del hombre y la mujer en la tierra.

Dios es familia, el Hijo de Dios nace en una familia, Dios llama al hombre y a la mujer a formar una familia y Cristo funda la Iglesia como familia y le otorga una misión bien precisa. Empezamos el 2018, y deseamos ser hombres y mujeres de fe a imitación de María, modelo de madre de familia y de correspondencia a la llamada de Dios. A ella acudimos confiados, especialmente el primer día del año, celebrando su Maternidad divina.

Mn. Xavier Argelich

La Palabra se hizo carne

Iniciamos el año litúrgico con el tiempo de Adviento, en el que los cristianos nos preparamos para el nuevo advenimiento de Nuestro Señor Jesucristo al final de los tiempos y para celebrar su nacimiento, al llegar la plenitud de los tiempos, en Belén.

El amor de Dios a los hombres es tan grande que se hace uno de nosotros: el Verbo de Dios, la Palabra, se encarna en el seno virginal de María. Dios, que nunca ha abandonado a sus criaturas, viene a nuestro encuentro. Él, que ha hecho todo mediante su Palabra, envía a su Hijo al mundo para que nosotros podamos encontrarlo, escucharlo y volver a Él una vez hayamos aceptado su Palabra, sus designios amorosos para con nosotros.

La Encarnación y el Nacimiento del Verbo suponen un antes y un después para toda la humanidad. Que la celebración de la Navidad, precedida del Adviento, suponga un nuevo impulso a nuestra vida cristiana. Dispongámonos a escuchar y meditar de nuevo los acontecimientos que serán proclamados desde el ambón: el anuncio del Ángel a María, las deliberaciones de san José, el gozo de Isabel, el nacimiento en un portal de Belén, el anuncio a los pastores, el canto de los Ángeles, la adoración de lo Magos e, incluso, la ingratitud del género humano. Estemos dispuestos a escuchar y recibir en nuestro corazón la buena nueva de Navidad, la alegría de la venida del Hijo de Dios, que nos trae sus Palabras de vida y salvación.

Alimentemos, en estos días, nuestra vida espiritual con los textos sagrados que la liturgia nos presenta y fomentemos la ilusión de la venida de Cristo a la tierra. Vivamos esta espera alegre cuidando de manera especial la Eucaristía dominical. Las velas de la corona de adviento que encenderemos cada domingo iluminarán nuestro interior para dar cabida y cobijo a la Palabra, al Niño-Dios que nacerá en Belén. ¡Feliz Navidad!

Mn. Xavier Argelich

La Palabra nos santifica

Este mes recordamos a todos aquellos que han alcanzado la Bienaventuranza, y pedimos por los que todavía se purifican antes de llegar a la gloria definitiva.

Son aquellos que han escuchado la Palabra de Dios y la han puesto en práctica (cfr. Lc. 11,28). Nos han dado ejemplo de fidelidad a la Palabra de Dios y, a la vez, de conversión y luchas, de triunfos y derrotas, pero que han sabido levantarse y mantener la esperanza y el deseo de alcanzar la meta, el premio definitivo.

Escuchar la Palabra y vivirla nos santifica. Cristo nos enseña y muestra el camino de la santidad. Fomentemos y renovemos nuestros deseos de santidad, sin miedo a ser santos de verdad.

La Iglesia proclama la llamada universal a la santidad tal como Jesucristo nos la ha anunciado. Todos, con la gracia de Dios, podemos llegar a ser santos, es más, estamos llamados a ser santos con los medios que Él nos da y que encontramos en la Iglesia, y eso, por los méritos de nuestro Señor Jesucristo.

Hagamos nuestra la Palabra de Dios, que ella oriente nuestra vida, que sea el referente para nuestras decisiones, que sea la fuente de nuestra oración y que impregne todas nuestras relaciones personales, laborables y sociales.

Y no dejemos de rezar y ofrecer sufragios por todos los difuntos.

Mn. Xavier Argelich

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