La vida en Cristo

Iniciamos un nuevo curso y, como siempre, lo hacemos llenos de ilusión y esperanza. Dejamos atrás un curso transcurrido entre andamios, polvo y ruido. Ahora que vemos los resultados nos damos cuenta que ha valido la pena. Gracias a todos. Nos alegra que, a pesar de todos los inconvenientes que producen unas obras de este calibre, hemos podido atender toda la labor pastoral y social del curso. Siempre hemos dado preferencia a la atención sacerdotal de la Iglesia.

Esto es así porque queremos que nuestra vida esté centrada en Cristo. Es decir, queremos vivir en Cristo, de Cristo y para Cristo.

Para vivir centrados en Cristo lo principal es estar centrados en la Eucaristía, en los Sacramentos y en la oración. Cristo está realmente presente en la Eucaristía por eso el cristiano vive de Ella, ahí es donde se realiza el mayor encuentro con Dios, donde podemos tratarlo con mayor amor y unión. De cómo vivamos la Misa dependerá toda nuestra vida. Podremos, entonces, vivir nuestras ocupaciones habituales inmersos en la Vida de Cristo. Sabremos vivir para Cristo y, consecuentemente, vivir en Cristo. Reconoceremos que sin Él no somos nada, sin Él no podemos nada, sin Él no hay esperanza. Descubriremos que con Él todo cambia, todo es Luz, todo adquiere su verdadero sentido y se llena de auténtico valor y significado. Con Él todo lo nuestro nos ilusiona, lo realizamos de buen ánimo y confiados, con iniciativa propia, Él nos empuja porque buscamos vivir en Él, de Él y para Él.

Consecuencia inmediata de esta manera de vivir será una gran alegría interior que ni las dificultades, ni los errores, ni nada nos la podrán arrebatar. Vivir en Cristo es la felicidad. Si empezamos el nuevo curso con el deseo ardiente de vivir en Cristo sabremos poner los medios para conseguirlo y para eso nos adentraremos en su Vida, recordando sus palabras y su paso por la tierra, tal como hace la Iglesia a lo largo del año a través de la liturgia diaria y de la dominical, siguiendo sus huellas a través del año litúrgico que no es otra cosa que el compendio de la Vida de Cristo y el camino para alcanzar la meta: La vida en Cristo.

Mn. Xavier Argelich

El Cielo tiene un corazón

Hemos rehabilitado esta Iglesia dedicada a Santa María de Montalegre y, como decíamos el mes pasado, hemos hecho un buen regalo a la Virgen María. A mediados de este mes celebraremos la solemnidad de la Asunción de María a los Cielos. Una gran fiesta que nos llena de alegría.

La Asunción de María nos recuerda que Dios ha vencido. El amor ha vencido. Ha vencido la vida. Se ha puesto de manifiesto que el amor es más fuerte que la muerte, que Dios tiene la verdadera fuerza, y su fuerza es bondad y amor.

En una homilía, el papa Benedicto XVI nos ayudaba a meditar sobre esta verdad de fe: “María fue elevada al cielo en cuerpo y alma: en Dios también hay lugar para el cuerpo. El cielo ya no es para nosotros una esfera muy lejana y desconocida. En el cielo tenemos una madre. La Madre de Dios, la Madre del Hijo de Dios, es nuestra madre (…) En el cielo tenemos una madre. El cielo está abierto; el cielo tiene un corazón. María fue elevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo, y con Dios es reina del cielo y de la tierra. ¿Acaso así está alejada de nosotros? Al contrario. Precisamente al estar con Dios y en Dios, está muy cerca de cada uno de nosotros. Cuando estaba en la tierra, sólo podía estar cerca de algunas personas. Al estar en Dios, que está cerca de nosotros, más aún, que está “dentro” de todos nosotros, María participa de esta cercanía de Dios. Al estar en Dios y con Dios, María está cerca de cada uno de nosotros, conoce nuestro corazón, puede escuchar nuestras oraciones, puede ayudarnos con su bondad materna. Nos ha sido dada como “madre” -así lo dijo el Señor-, a la que podemos dirigirnos en cada momento. Ella nos escucha siempre, siempre está cerca de nosotros; y, siendo Madre del Hijo, participa del poder del Hijo, de su bondad. Podemos poner siempre toda nuestra vida en manos de esta Madre, que siempre está cerca de cada uno de nosotros.”

Durante este mes demos gracias al Señor por el don de esta Madre y pidamos a María que nos ayude a encontrar el buen camino cada día.

Mn. Xavier Argelich

Un buen regalo a la Virgen

Llevamos más de un año con las obras de rehabilitación de nuestra querida Iglesia de Santa María de Montalegre y todos esperamos que terminen pronto. Estamos en el tramo final y confiamos que durante este mes estén terminadas.

Desde aquí quiero transmitir nuestro más sincero agradecimiento a todos los que habéis hecho posible esta gran obra, con vuestra oración, vuestra ayuda económica, con vuestra paciencia ante las incomodidades, ruido, polvo y un sin fin de circunstancias diversas ocasionadas por el desarrollo de los trabajos de rehabilitación. Gracias a todos de todo corazón. Y un agradecimiento muy especial a las personas que silenciosamente y con mucho trabajo, semana a semana, han hecho posible que el templo esté limpio y dispuesto para la celebración de las Misas dominicales. Estoy seguro que el Señor y su Madre están muy contentos con lo que hemos hecho. Además, hemos contado con la intercesión en todo momento del siervo de Dios José María Hernández Garnica y de tantos otros santos.

Podríamos relatar muchas anécdotas sucedidas durante este tiempo de obras. Casi todas quedarán en la intimidad de los protagonistas y en el recuerdo de los que las han vivido. No obstante, me gustaría resaltar una que resume todas ellas, así como todo el esfuerzo de los trabajadores, donantes, feligreses y sacerdotes: La de una buena señora que desde el principio quería hacer un donativo para las obras y no veía la manera de hacerlo, pero tenía muy claro que quería hacerlo, ya que ella y su familia querían hacerle un regalo a la Virgen María, y al final consiguieron hacérselo y experimentar una gran alegría y gozo.

Pienso que entre todos le hemos hecho un gran y buen regalo a nuestra Madre la Virgen María, que nos seguirá guiando y protegiendo en nuestro camino hacia su Hijo.

Mn. Xavier Argelich

Familia y Santidad de vida

En este mes del Sagrado Corazón de Jesús el Papa Francisco nos invita a rezar por las familias cristianas de todo el mundo, por cada una y por todas, para que, con gestos concretos, vivan la gratuidad del amor y la santidad en la vida cotidiana. El próximo domingo, día 26 de junio, concluye el año de la familia “Amoris Laetitia” y nada mejor que hacerlo rezando para que realmente toda familia cristiana sea un reflejo del amor de Dios. Con gestos pequeños y concretos manifestemos que nos queremos y que agradecemos el amor que recibimos.

El Papa, también, nos anima a rezar para que vivamos la santidad en la vida cotidiana. El año de la familia concluye precisamente en la fiesta de San Josemaría Escrivá de Balaguer, declarado por san Juan Pablo II como el santo de la vida ordinaria. Aprovechemos la ocasión para acudir a la intercesión de este santo para que nos obtenga de Dios la gracia de santificarnos en nuestro día a día, con todas las actividades que llevamos a cabo.

“Que busques a Cristo, que encuentres a Cristo, que trates a Cristo, que ames a Cristo” solía animar frecuentemente san Josemaría a todos los que acudían a él. Es una buena manera de vivir la santidad en la vida corriente y especialmente en la vida familiar. El amor en la familia es un camino personal de santidad para cada uno de nosotros, que se recorre con pequeños gestos de entrega y generosidad, evitando perderse en pequeñeces de egoísmos personales que nos alejan de los demás.

En los pequeños detalles de la vida familiar se construye la santidad personal y de todos los miembros que la componen. Pongamos el corazón en lo que hacemos, pero que sea un corazón a la medida del Corazón de Cristo y de la Virgen María.

Mn. Xavier Argelich.

 

María, Reina de las Familias

Es bien conocido por todos que el mes de mayo es el mes de María, la Madre de Dios. Todos los años procuramos tenerla más presente en estos días, metiéndola en todo y en cada una de las cosas que hacemos durante la jornada.

Este año dedicado a las Familias podría ser una buena ocasión para vivir el mes de María acudiendo a ella con más frecuencia como la Reina de la Familias. María es Reina del universo y de todo lo creado, especialmente de los hombres y mujeres incorporados a Cristo por el Bautismo y llamados a extender el Reino de Cristo en el mundo en nuestras circunstancias personales, familiares, profesionales y sociales. Busquemos la manera de que María nos lo facilite dejando que reine en toda nuestra vida. Como el apóstol Juan, metámosla en nuestra vida. Ella nos facilitará que todo nuestro actuar, pensar y desear este centrado en Cristo.

Os animo a fijarnos, de modo especial, en las virtudes familiares de María para poder imitarla y convertirla así en auténtica Reina de nuestras Familias y de la Familia de todos los bautizados que es la Iglesia.

Empecemos por tener una imagen de Santa María en un lugar preferente de nuestra casa y en nuestra habitación, que reciba el saludo diario y las oraciones de cada miembro de la familia y de toda la familia cuando rezamos juntos. Pongamos bajo su protección a nuestra familia de modo sencillo y espontáneo cada mañana. Incorporemos algunas prácticas de piedad  mariana en la familia o vivamos con más constancia y fervor las que ya vivimos.

Busquemos imitar a María en su trato maternal y familiar a Jesús y a José, su espíritu de servicio, su amabilidad  y cariño, su abnegación y su dedicación atenta y desinteresada a las personas y al hogar. ¡Dejemos que ella Reine y sea Madre!

Mn. Xavier Argelich.

Contemplar la Pasión de Cristo

Nos acercamos a la Semana Santa y queremos vivirla bien unidos a nuestro Señor, a la Iglesia y a toda la humanidad, especialmente unidos a nuestros familiares y amigos.

Durante la Cuaresma hemos procurado preparar nuestro corazón y nuestra mente para poder adentrarnos mejor en el misterio de nuestra salvación, lo cual, habrá producido en nosotros el deseo intenso de vivir la Semana Santa contemplando y viviendo la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo.

Durante estos días volveremos a contemplar a Cristo sufriendo y padeciendo por nosotros precisamente porque nos ama con locura. Todo lo sufre por ti y por mí. Y lo hace con voluntariedad actual, libremente, deseando que también nosotros nos unamos a Él con plena libertad. Quiere hacernos hermanos suyos, hijos de Dios Padre. Desea que todos y todas tengamos vida sobrenatural, que correspondamos a tanto amor. Para eso, miremos a Cristo, contemplemos su Pasión y muerte y, de esta manera, no sólo descubriremos un modo de comportarnos, sino que descubriremos a Dios. Traeremos a nuestra mente y a nuestro corazón al Hijo de Dios, Hombre como nosotros y Dios verdadero, que ama y que sufre en su carne por la Redención del mundo.

La gracia divina nos capacita y nos dispone, durante estos días, para encontrarnos con Dios y nos facilita una unión más íntima y personal con Nuestro Señor Jesucristo, que repercutirá en beneficio de las personas que más queremos y de las más necesitadas.

Considerar la Pasión nos ayuda a ser más generosos en el amor y en el sacrificio, en nuestra expiación por nuestros pecados, en nuestro esfuerzo por realizar nuestros trabajos y obligaciones lo mejor posible. En definitiva, como nos dice San Agustín, la Pasión de Cristo es suficiente para modelar por completo nuestra vida.

Mn Xavier Argelich, dos de abril de 2022

 

Cuaresma, familia y paz

Hemos iniciado el tiempo de Cuaresma que nos invita a prepararnos para revivir el misterio Pascual, el misterio de Redención y Salvación del hombre.

Unos días antes al inicio de este tiempo penitencial, estallaba la guerra entre Rusia y Ucrania. Todos confiábamos en una solución pacífica del problema, pero no ha sido así. Por eso el Papa Francisco nos animó a empezar el tiempo cuaresmal rezando por la paz en el mundo y en Ucrania, y así lo hemos hecho y seguiremos haciéndolo hasta que cese la violencia. Dentro de unas semanas celebraremos la resurrección de Jesucristo y reviviremos su aparición a los Apóstoles, ante los que se presenta con el saludo con el que empezamos la celebración de la Eucaristía: “La paz sea con vosotros”. El Señor siempre desea la paz en los corazones de los que le aman y se la otorga cuando se la piden.

La paz en el mundo es consecuencia de la paz interior de cada hombre y mujer. Somos cada uno de nosotros los que tenemos que encontrar en primer lugar esa paz. Para que reine la paz debemos tener paz y dar paz a nuestro alrededor. En este caso, primero uno mismo: “Bienaventurados los pacíficos, porque serán llamados hijos de Dios”. En segundo lugar, paz en las familias. Si en una familia reina la paz hay alegría, confianza, ayuda mutua y el hogar resplandece. Y esa paz y serenidad, junto a la alegría y la esperanza se transmite por contagio a los demás y al mundo entero. San Josemaría nos animaba a ser “sembradores de paz y alegría”.

Aprovechemos este tiempo litúrgico para descubrir, una vez más, la verdadera paz interior, la que encontramos en el abrazo paternal de Dios cuando volvemos a Él confiadamente con un arrepentimiento sincero de nuestros pecados. Dejemos que Él convierta nuestro corazón, que lo transforme con el ejercicio de las prácticas cuaresmales de la oración, el ayuno y la limosna. Que lo transforme en el Sacramento de la Penitencia, obteniendo así la verdadera paz de los hijos de Dios. La conversión sincera y la confesión completa de nuestros pecados siempre producen una paz inmensa. Nos hacen tocar el cielo en la tierra. Corazón Sacratísimo de Jesús, danos la paz.

Mn. Xavier Argelich

La misión educativa de la Familia

No resulta muy difícil entender que –como tantas veces ha afirmado el Magisterio de la Iglesia–, «los padres son los primeros y principales educadores de sus hijos». Es un derecho–deber que tiene su raíz en la ley natural y, por eso, todos comprenden, aunque en algún caso sea sólo de una manera intuitiva, que existe una continuidad necesaria entre la transmisión de la vida humana y la responsabilidad educadora.

Produce un rechazo espontáneo pensar que los padres se pudieran desentender de sus hijos una vez que los han traído al mundo, o que su función se podría limitar a atender las necesidades físicas de los hijos, despreocupándose de las intelectuales, morales y afectivas. La raíz de este rechazo natural es que la razón humana entiende que el ámbito primario para la acogida y el desarrollo de la vida del hombre es la comunidad conyugal y familiar.

En el designio divino, la familia, «es una comunión de personas, reflejo e imagen de la comunión del Padre y del Hijo en el Espíritu Santo. Su actividad procreadora y educativa es reflejo de la obra creadora de Dios». La transmisión de la vida es un misterio que supone la cooperación de los padres con el Creador para traer a la existencia un nuevo ser humano, imagen de Dios y llamado a vivir como hijo suyo. Y la educación participa plenamente de este misterio. Este es el motivo de fondo por el que la Iglesia ha afirmado siempre que «por su naturaleza misma, la institución misma del matrimonio y el amor conyugal están ordenados a la procreación y a la educación de la prole y con ellas son coronados como su culminación»

Pertenece a la esencia del matrimonio la apertura a la vida, que no se reduce a la sola procreación de los hijos, sino que incluye la obligación de ayudarles a vivir una vida plenamente humana y en relación con Dios. A ejemplo de la Sagrada Familia, los padres son cooperadores de la providencia amorosa de Dios para dirigir a su madurez a la persona que se les ha confiado, acompañando y favoreciendo, desde la infancia hasta la edad adulta, su crecimiento en sabiduría, en edad y en gracia, ante Dios y ante los hombres.

Mn. Xavier Argelich

Imitar a la Sagrada Familia

La Sagrada Familia de Nazaret es el modelo de toda familia y principalmente de las familias cristianas. Estos días navideños habremos contemplado muchas veces el portal de Belén con Jesús, María y José. Probablemente nos habremos entretenido mirando las figuras del pesebre y dejando que el corazón se enternece ante tanta belleza y tantas enseñanzas que habremos descubierto una vez más.

En este inicio del nuevo año, nos fijaremos en el modelo familiar que representa la Sagrada Familia. Al contemplar la escena descubrimos, en primer lugar, lo externo, el establo, el pesebre que acoge al Niño, la paja desparramada por el suelo, el buey y la mula que dan calor al lugar. Descubrimos la alegría de María y de José, a pesar de no haber encontrado un lugar más digno para que nazca el Hijo de Dios. Y, a continuación, nos adentramos en el interior de los personajes a través de sus miradas, que reflejan la belleza de sus almas, de su respuesta al querer de Dios, el cariño y la ternura en sus gestos y palabras, en su actuar. Descubrimos su agradecimiento y sus plegarias, sus súplicas a Dios para ser fieles a su misión, para saber corresponder a tanta gracia recibida.

Si, además, nos trasladamos al hogar de Nazaret seguiremos descubriendo tantas actitudes y manifestaciones propias del amor familiar que nos llenarán a vivirlas en nuestras familias, con un deseo grande de imitar a la Sagrada Familia para que la nuestra sea lo más parecido a la familia de Jesús. Veremos cómo se quieren, cómo se hablan, cómo se comprenden, cómo se ayudan unos a otros, cómo trabajan, cómo rezan, cómo socorren al necesitado, cómo tratan a las amistades. Y todo ello realizado con una gran libertad y un gran espíritu de servicio. Si, con abnegación y sacrificio, pero, como lo que les mueve es el amor, da la impresión de que nada cuesta, que todo se hace con gran facilidad y alegría. Qué gran ejemplo y modelo. Queremos imitar a la Sagrada Familia. ¡Feliz Año Nuevo!

Mn. Xavier Argelich

Nace en una familia

Nos estamos preparando para celebrar, un año más, el Nacimiento del Hijo de Dios. La Iglesia nos invita a vivir estas semanas de Adviento con la esperanza de la venida del Señor: ¡Ven Señor Jesús! exclama la liturgia!

Y el Señor viene y nace en Belén. Crece, aprende y asume las responsabilidades propias de un hijo, de un joven y de un adulto y se muestra a su pueblo como el Mesías esperado, el Salvador y Redentor, dando su vida por nosotros, en una familia. Nos muestra así la maravilla del ser humano y del don de la vida, para que nos decidamos a creer en Él y seguir el camino que nos conduce hasta Él.

De ahí la importancia de fijarnos en la vida del Niño-Dios desde su nacimiento hasta su muerte. Su vida transcurre en el seno de una familia. Nace en una familia, tiene a su madre y a su padre, crece en esa familia, aprende en esa familia, ayuda a al familia con su trabajo, alegría y con su amor. Asume su responsabilidad ante la muerte de San José. Su madre lo sigue durante los años de predicación y anuncio de la Buena Nueva y está junto a Él a los pies de la Cruz.

En la Solemnidad del Inmaculada Concepción de María concluiremos el año de San José; el día de Navidad celebraremos con gozo el nacimiento del Hijo de Dios y al día siguiente la Fiesta de la Sagrada Familia de Nazaret, dentro del año especial dedicado a la Familia y a la alegría del amor matrimonial. Por eso, queremos vivir intensamente este tiempo de Adviento, que nos habla de esa maravillosa realidad del amor familiar. En la familia nos descubrimos a nosotros mismos y descubrimos a los demás. Es nuestro lugar, por eso es nuestro hogar. Lo propio de cada persona es nacer y vivir en familia, como lo hicieron Jesús, María y José.

Al montar el Belén pidámosle a la Sagrada Familia que nos ayude a redescubrir el valor y el significado de la familia, el valor y significado de la persona.

¡Feliz Navidad!

Mn. Xavier Argelich

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