Crónica de Ignacio Sols

Ignacio Sols, catedrático honorífico de la facultad de matemáticas de la Universidad Complutense de Madrid, fue invitado a tratar del caso Galileo en el salón de actos de la Iglesia de Santa María de Montalegre, dentro del ciclo de actividades culturales mensuales que allí tiene lugar, abierto a todos los públicos. Fue con ocasión de la reciente publicación en la editorial Digital Reasons de su libro “El proceso a Galileo a través de sus textos. De mensajero del cielo a náufrago de las mareas”, una interesante reconstrucción del caso a partir de cartas y documentos originales que constituyen la parte principal del libro.

En la parte central de su conferencia el profesor Sols recordó la historia: El movimiento de la Tierra y quietud del sol, contrarios al sistema astronómico en uso en que Ptolomeo pone la Tierra en el centro del cielo y el sol en movimiento, fue propuesto por Nicolás Copérnico, canónigo de la catedral católica de Frauenburg, con un prólogo dedicado al Papa Paulo III, por haber recibido, a través de su amigo el obispo Tiedeman Giese y el cardenal Schönberg, el encargo de sentar las bases astronómicas para la reforma del calendario juliano, tal como había pedido el quinto Concilio de Letrán. Este sistema fue aceptado primero en el mundo católico, después en el protestante, y con tal base el astrónomo jesuita Christopher Clavius en 1582 llevó a cabo la reforma al actual calendario gregoriano.

Esta situación de armonía se rompió cuando los profesores laicos que enseñaban astronomía en la universidad vieron desprestigiados por el opúsculo “El mensajero del Cielo” donde Galileo decía lo que se veía en el recién encontrado telescopio: la luna no es perfectamente esférica, algo contrario a lo que ellos enseñaban por razones puramente filosóficas, en realidad de un origen pagano y panteísta que entendía los astros como divinidades que debían ser perfectas. La estrategia de la liga antigalileista será enfrentar a Galileo con la Iglesia, por donde lo ven más débil: por una manifestación menor al final del libro en la que se muestra copernicano, presentándola como contraria a pasajes bíblicos en que se habla del movimiento del sol.

No consiguen que la Iglesia condene las obras de Galileo, pero sí consiguen, en 1616, que prohíba la obra de Copérnico hasta que sean corregidos ciertos pasajes en que se habla del movimiento de la tierra de modo absoluto, debiéndose hablar a modo de hipótesis, tal como se creía que lo había hecho el mismo Copérnico, debido a un desgraciado prólogo impuesto a su obra por el teólogo luterano Andreas Osiander. El cardenal Belarmino había escrito que había que tratar del movimiento terráqueo y quietud del sol como una hipótesis para mantener la fidelidad literal a la biblia, en tanto que no se encontrase una demostración científica del movimiento de la tierra y quietud del sol, y éste fue comisionado para dar a conocer a Galileo el tenor de la prohibición.

El problema es que Galileo creyó haber encontrado la demostración del movimiento de la tierra en el movimiento del agua al que llamamos mareas, y se atrevió a defender como absoluta una teoría copernicana que solo estaba permitida como hipótesis. Esto hizo en un diálogo sobre el sistema de Ptolomeo y el sistema copernicano en el que, bajo la apariencia de poner ambos sistemas en pie de igualdad, claramente defendía el sistema aún prohibido. Peor fue la cosa cuando, llamado a declarar por su desobediencia, mantuvo que era en realidad ptolemaico y que había puesto más énfasis en defender el sistema contrario para mostrar la habilidad del polemista que defiende la opinión contraria. Por la sospecha de insinceridad que tal declaración suscitó, fue obligado a declarar bajo juramento que no era copernicano, la famosa abjuración de Galileo. Y fue castigado por tal sospecha de desobediencia, a ser recluido el resto de su vida en su propia villa de Arcetri, donde pudo redactar sus hallazgos juveniles inéditos, por los que merece el título de padre de la ciencia experimental.

En la parte final, el profesor Sols vio la causalidad del caso en que Galileo había encontrado una demostración del movimiento terráqueo -las mareas- por la que no pudo obedecer, y la Iglesia pudo cometer la tropelía de condenar a un hombre por un tema científico porque recibía del mundo científico la falsedad de esa prueba, contrariamente a lo que sucedió un siglo más tarde, cuando se encontró la prueba verdadera -Bradley, 1728, aberración de la luz- y entonces permitió y hasta promovió la publicación de la obra completa de Galileo.

También señaló el profesor Sols que el error de la Iglesia fue mayor de lo que suele decirse, y aun mayor de lo que recientemente la Iglesia ha reconocido y pedido perdón por ello, pues no permitió tratar del movimiento de la tierra como una hipótesis física en el sentido que ahora tiene la palabra, como algo real pero aún no demostrado, sino solo en el débil sentido que entonces tenía esa palabra: como una hipótesis matemática para facilitar los cálculos. Y la razón está en que había entonces matemática y filosofía-teología, pero la física aún no había empezado su andadura en la posterior obra de Newton.

En compensación, el profesor señaló que no se trató de un caso típico, como se presenta a menudo, sino caso único, propio de esa situación inicial, pues en el caso de Miguel Servet se trató de la Iglesia calvinista y no por su teoría científica sino por su teoría teológica; y en el muy lamentable caso de Giordano Bruno, no se trataba de un científico -su afirmación de los muchos mundos es filosófica y mantenida antes por el cardenal Nicolás de Cusa-, sino de un panteísta que negaba la posibilidad de la ciencia misma, pues los astros no pueden obedecer a leyes.

Comunicación Montalegre

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