A finales de este mes y comienzo del mes de agosto se encontrarán en Roma muchos miles de jóvenes de todo el mundo para vivir su encuentro jubilar. Será una revolución de la esperanza ya que ellos representan no sólo la esperanza de la Iglesia sino del mundo entero. Jóvenes dispuestos a ir al encuentro de Cristo, a descubrir su mirada llena de ternura, comprensión y amor. Una mirada que nos llena de esperanza, porque Él confía en estos jóvenes y en todos nosotros.
La esperanza que la Iglesia nos invita a vivir no se apoya en nuestras fuerzas ni en nuestras virtudes, y menos en la de los jóvenes, sino en que Dios nos ama hoy tal como somos. Sí, Dios cuenta con nuestro esfuerzo y nuestras buenas cualidades y virtudes, pero la esperanza se encuentra en sabernos amados por Él. Como nos recordó el Papa Francisco: “Soy amado, luego existo; y existiré por siempre en el Amor que no defrauda y del que nada ni nadie podrá separarme jamás.” Fuimos creados por amor, creados para amar y creados para vivir en Aquel que es amor.
San Josemaría, fundador del Opus Dei, se esforzó todos los días de su vida por transmitir este mensaje. Por eso nos aconsejaba: “Dios es un Padre —¡tu Padre!— lleno de ternura, de infinito amor. —Llámale Padre muchas veces, y dile —a solas— que le quieres, ¡que le quieres muchísimo!: que sientes el orgullo y la fuerza de ser hijo suyo.”
Cuando miramos a nuestro alrededor y en concreto, a las nuevas generaciones, nos podemos asustar e incluso desanimar, pero enseguida debemos mirarlo a Él y darnos cuenta de que viene constantemente a nuestro encuentro. No afrontamos las dificultades solos: en todo momento estamos acompañados por Aquel que todo lo puede. El jubileo de los jóvenes será una expresión de esa acción constante de Dios en nosotros y, en y a través, de su Iglesia. Nos llenará de esa esperanza que se sostiene y alimenta en la raíz profunda de la fe en Dios. Acompañemos a los jóvenes con nuestra oración esperanzada.
Mn. Xavier Argelich