“Oremos para que los católicos pongan en el centro de su vida la celebración de la Eucaristía, que transforma profundamente las relaciones humanas y abre al encuentro con Dios y con los hermanos”. Así rezaba la intención mensual del Papa Francisco para el pasado mes de julio y lo vimos hecho realidad durante la celebración de la Jornada mundial de la juventud a principios del mes de agosto, cuando más de un millón de jóvenes se reunieron junto al Papa para celebrar una vigilia de adoración eucarística y la celebración de la Santa Misa a la mañana siguiente. En ambas celebraciones se vivieron momentos de gran intensidad y de verdadera Adoración a Cristo, realmente presente en la Eucaristía.

Damos gracias a Dios por todo ello, pero sobre todo por haber instituido este gran sacramento de su Amor por nosotros. En efecto, Jesús, antes de su Pasión y Muerte, al celebrar con los sus apóstoles la Pascua, “habiéndolos amado los amó hasta el extremo” y les dijo: “Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer; porque os digo que ya no la comeré más hasta que halle su cumplimiento en el Reino de Dios” […] Y tomó pan, dio gracias, lo partió y se lo dio diciendo: “Esto es mi cuerpo que va a ser entregado por vosotros; haced esto en recuerdo mío”. De igual modo, después de cenar, tomó el cáliz, diciendo: “Este cáliz es la Nueva Alianza en mi sangre, que va a ser derramada por vosotros”. Conocemos bien este momento de la vida de Cristo y recordarlo ahora nos puede ayudar a fomentar la devoción eucarística y a desear vivir de la Eucaristía.

Además, como enseña el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, “Jesucristo está presente en la Eucaristía de modo único e incomparable. Está presente, en efecto, de modo verdadero, real y sustancial: con su Cuerpo y con su Sangre, con su alma y su divinidad. Cristo, todo entero, Dios y hombre, está presente en ella de manera sacramental, es decir, bajo las especies eucarísticas del pan y del vino” (n. 282). Una gran verdad y realidad que está en nuestras manos, amemos la Santa Misa y procuremos profundizar en este Sacramento del Amor de Dios.

Mn. Xavier Argelich

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