Por Isabel Viladomiu

Hasta ahora el premio nobel era el reconocimiento a un trabajo innovador o a un descubrimiento beneficioso para todo el género humano, pero con la concesión del premio nobel de medicina a Robert Edwards, artífice del primer bebé probeta, se ha premiado la producción de vidas humanas en el laboratorio. Han concedido un premio a un proceso que es violento en el inicio de la vida: en la obtención de los óvulos, en la producción y selección de embriones y en la eugenesia. Se confirma un peligroso cambio de rumbo en la medicina que ya no busca solamente sanar, sino se convierte en la medicina del deseo al servicio de las libertades personales incompatibles con los deberes médicos de curar y acompañar. El aborto, la eutanasia, la eugenesia y la fecundación in vitro con transferencia de embriones (fivet) son una muestra de este cambio en las ideas y en la medicina ahora premiada a escala mundial.
 
Robert Edwards ideó la técnica que ha permitido que nacieran 4 millones de personas en el mundo desde 1978. Suplantó con éxito a la naturaleza y canceló así la investigación larga y costosa de las causas de infertilidad. El camino fácil estaba abierto y mucha gente dispuesta a pagar cantidades astronómicas por el hijo deseado. El rechazo social era evidente, pero iban a ser los medios de comunicación los encargados de cambiar la mentalidad dominante y de hacer llegar los nuevos logros a la población, adaptando su mentalidad e insistiendo en que la vida embrionaria no tiene valor alguno, ensalzando la libertad por encima del derecho a la vida. Dos acontecimientos ocurren en 1978, el nacimiento de Louisse Brown, primera bebé probeta, y la aparición del concepto de “preembrión” que justificaría toda intervención en las primeras semanas de vida. El embrión humano dejó de serlo porque un Comité así lo decidió. Luego nos mostraron las imágenes de los niños fivet para que nadie dudara que el fin de la fivet es bueno y los niños nacen sanos ¿Cómo explicar que la fivet abre cuestiones éticas de gran envergadura?
 
El principio ético universal de que el fin no justifica los medios se debe aplicar en el análisis ético de la fivet. La producción de vidas humanas en el laboratorio es la gran cuestión. Los hombres no son un producto de laboratorio, pues se instrumentaliza su vida. Que el hombre posea dignidad significa esto: que su vida es intocable, que no debe ser producido, ni su existencia decidida por otro hombre y en la frialdad del laboratorio. Los técnicos que realizan fivet son los primeros en propagar que los embriones no son hombres, ni vidas humanas que merezcan nuestro respeto y por esta razón producen, utilizan, dominan y congelan tantas vidas como haga falta para que nazca un niño. Si han nacido 4 millones de niños y la eficacia de la técnica deja por el camino una media de 14 embriones por cada nacimiento, son 54 millones de embriones utilizados en beneficio de los que sí han visto la luz.
 
Hay clínicas en todo el mundo cuya oferta son los niños. La vida tiene de nuevo precio, como en tiempos de la esclavitud. Hay mercado para las células germinales, para los embriones, para los úteros de alquiler. Todo es negocio con vidas humanas, con personas que han sido instrumentalizadas y congeladas sin respeto. Algunos dirán que no importa porque los embriones no sienten, pero la fivet ha cambiado los aspectos más importantes de nuestra vida: las relaciones familiares, aquellas en que se fundamenta el futuro del hombre. El lema de una web de una clínica reproductiva demuestra este hecho: “El momento de ser madre lo elijo yo”; muy semejante al lema abortista: “Yo paro, yo decido”. La fivet y el aborto son frutos de un mismo árbol, del árbol que menosprecia la naturaleza y su mensaje, que utiliza las libertades para que los deseos sean cada vez más insolidarios e inhumanos. El nobel de medicina ha premiado el abuso técnico en el inicio de la vida, cuando ésta merece el máximo respeto y prudencia. Por mucho que se premie lo inhumano, que se legalice el dominio y la destrucción de vidas, la verdad se abrirá camino, como siempre ha sido.
 
Isabel Viladomiu

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