El nacimiento de nuestro Señor Jesucristo constituye un momento central y fundamental en la historia de la humanidad. Dios se hace hombre encarnándose en el seno virginal de Santa María y naciendo en Belén. Se hace uno de nosotros para redimir la humanidad y recuperar la amistad del hombre con Dios. Es un acontecimiento que celebramos todos los años con gran alegría y grandes celebraciones litúrgicas, familiares y sociales.
El nacimiento de Jesús supone el inicio del caminar terreno del Hijo de Dios, dando un sentido y valor sobrenatural a todo el quehacer honesto del hombre. Jesús santifica la vida humana, la familia, el trabajo, la sociedad y todas las realidades honestas de este mundo. Con su vida y palabras nos muestra el modo auténtico de vivir, nos señala el camino a recorrer y nos muestra el fin de todo hombre y mujer. Aprovechemos este tiempo de adviento y la Navidad para acercarnos más a Él y experimentar el verdadero sentido de toda nuestra existencia. ¡Se han abierto los caminos divinos de la tierra! Con esta gráfica expresión, San Josemaría nos hacía considerar la belleza y la grandeza de la luz recibida de Dios el 2 de octubre de 1928. Se iniciaba así una fuerte renovación espiritual en la Iglesia para recordar que Dios nos llama a todos a la santidad, que ésta no es sólo para algunos privilegiados. Todos los bautizados podemos y debemos ser santos. Una novedad tan vieja como el Evangelio y tan nueva como el mismo Evangelio.
Con el nacimiento de Cristo una nueva estrella se enciende en lo alto de los cielos, su luz brilla con claridad y fuerza, es un signo visible del amor de Dios, de su llamada insistente y persuasiva para que cada uno siga el camino marcado por la luz de la fe en Cristo, un camino distinto para cada uno, pero igual para todos ya que a todos nos llama Dios a ser santos.
¡Feliz Navidad y Feliz año nuevo!
Mn. Xavier Argelich


