“Este es el primer saludo del Cristo Resucitado, el buen pastor que dio su vida por el rebaño de Dios. Yo también quisiera que este saludo de paz entrara en sus corazones, alcanzara a sus familias, a todas las personas, dondequiera que se encuentren, a todos los pueblos, a toda la tierra. ¡La paz esté con vosotros!”
Con estas palabras el Papa León XIV saludaba a todos los bautizados y al mundo entero. Una hora antes se había producido la fumata bianca con la que se anunciaba al mundo entero que teníamos un nuevo Papa. La alegría se desbordó en la plaza de San Pedro que empezó a vitorear al nuevo Papa, sin saber quién era el elegido. No importaba, teníamos un nuevo representante de Cristo en la tierra, no necesitábamos saber quién era para quererlo y aclamarlo, era el que el Espíritu Santo nos daba y esto nos bastaba. Llevábamos días rezando por este momento y ahora el gozo por el nuevo papa se desbordaba, surgía con fuerza de nuestro corazón.
Su saludo fue el de Cristo resucitado: Pax vobiscum. Esa paz que sólo Cristo nos puede dar. Una paz verdadera y duradera. Una paz que llena nuestra vida entera, que alegra y consuela, que nos llena de seguridad ante las incertezas y dificultades de la vida, es la paz auténtica y, por eso, esperanzadora.
Durante el mes de junio procuramos cada año reavivar nuestra devoción al Sagrado Corazón de Jesús. De ese corazón emana la paz de Cristo, la paz que sólo Él nos puede dar. Y junto a la paz, la esperanza, que es la virtud que no hace desear aquello que todavía no tenemos, pero estamos ciertos que lo poseeremos. Cuando se tiene esta certeza, esta esperanza, todo queda relativizado y apuntalado por el único puntal firme de verdad que es Dios mismo. El corazón Inmaculado de María nos confirma esta paz y esta esperanza.
Mn. Xavier Argelich