El Ayuno, una larga tradición

jesus-en-el-desiertoEl ayuno forma parte de la tradición religiosa judeo-cristiana desde sus orígenes. Aparece en el Antiguo Testamento como una manifestación de penitencia y de expiación por los pecados, y por consiguiente de purificación.

Jesús lo vive dentro de la tradición judía y prepara su vida pública con un largo tiempo ayuno en el desierto.

Los Hechos de los apóstoles nos hablan de la práctica del ayuno, que acompañaba a la oración:

Act 13, 1 En la iglesia de Antioquía había profetas y doctores: Bernabé y Simón, llamado el Negro, Lucio el de Cirene y Manahén, hermano de leche del tetrarca Herodes, y Saulo. 2 Mientras celebraban el culto del Señor y ayunaban, dijo el Espíritu Santo: Separadme a Bernabé y a Saulo para la obra a la que les he destinado. 3 Y después de ayunar, orar e imponerles las manos, los despidieron.

Esta práctica se ha mantenido viva en la tradición cristiana posterior, vivida por las distintas comunidades y aconsejada por la Iglesia, especialmente en tiempos penitenciales como el de Cuaresma.

En sentido estricto se refiere a los alimentos, como manera de sacrificar los propios gustos, cuya satisfacción se convierte tantas veces en el único objetivo de la vida de las personas. En sentido lato se refiere a abstenerse no solo de alimentos, sino de aquellas cosas que nos atraen con fuerza o satisfacen los sentidos, para crecer así en dominio propio, lo que nos hace más señores de nosotros mismos y nos permite estar más centrados en lo que es más importante: en Dios, a quien se ofrece además el esfuerzo que supone ese ayuno, y en la preocupación por los demás, que se ve muy disminuida cuando estamos demasiado centrados en nosotros mismos. En este sentido amplio más que de ayuno hablaríamos ya de mortificación.

Mn Francesc Perarnau

Curso de retiro abierto de Cuaresma para hombres

Días: 19 (jueves), 20 (viernes)  y 21 (sábado) de marzo de 2015
Lugar: Església de Santa Maria de Montalegre. c/ Valdonzella 13. Barcelona.

Predicará: Mn. Manel Esteruelas

Horario de cada día del retiro:cq5dam.web.1280.1280

Mañanas
11:00h  lectura espiritual
11:15h  meditación
12:00h  santa misa
12:45h  examen de conciencia
13:00h  meditación

Tardes
16:30h meditación
17:15h meditación
17:45h exposición con el Santísimo Sacramento

Inscripciones
Francesc Salvador, tel 932650498
frsalvadod@yahoo.es
También, a la iglesia

Curso de retiro abierto de Cuaresma para mujeres

Días: 10 (martes), 11 (miércoles)  y 12 (jueves) de marzo de 2015.
Lugar: Església de Santa Maria de Montalegre. c/ Valdonzella 13. Barcelona.

Predicará: Mn. Josep Maria Rieracq5dam.web.1280.1280

Horario de cada día del retiro:

09:30h  meditación
10:00h  santa misa
11:30h  meditación
12:00h  lectura espiritual y examen de conciencia
12:30h  rezo del santo rosario
13:00h  meditación
13:30h  hora prevista de finalización

Mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma de 2015

Es tradición en la Iglesia que el Santo Padre haga público el mensaje para la Cuaresma del año próximo con unos seis meses de anticipación, es decir, antes del tiempo de adviento, la Navidad y el inicio del tiempo ordinario, litúrgicamente hablando. Es por ello que sea fácil que a muchos de nosotros se nos haya podido escapar su lectura y meditación en aquellas fechas. Sin embargo, ahora la Cuaresma está a punto de empezar, se iniciará el 18 de febrero y a las seis semanas, viviremos la Semana Santa. Quizás a partir de hoy haya llegado el momento de profundizar en ese mensaje, publicado por el Santo Padre Francisco el 4 de octubPope_Francis_celebrates_New_Years_Day_Mass_for_the_Solemnity_of_Mary_the_Mother_of_God_on_Jan_1_2015_Credit_Bohumil_Petrik_CNAre de 2014, el cual nos llevará a vivir este tiempo de penitencia más cerca de la pasión de Nuestro Señor Jesucristo.

MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
PARA LA CUARESMA 2015

Fortalezcan sus corazones (St 5,8)

 

Queridos hermanos y hermanas:

La Cuaresma es un tiempo de renovación para la Iglesia, para las comunidades y para cada creyente. Pero sobre todo es un «tiempo de gracia» (2 Co 6,2). Dios no nos pide nada que no nos haya dado antes: «Nosotros amemos a Dios porque él nos amó primero» (1 Jn 4,19). Él no es indiferente a nosotros. Está interesado en cada uno de nosotros, nos conoce por nuestro nombre, nos cuida y nos busca cuando lo dejamos. Cada uno de nosotros le interesa; su amor le impide ser indiferente a lo que nos sucede. Pero ocurre que cuando estamos bien y nos sentimos a gusto, nos olvidamos de los demás (algo que Dios Padre no hace jamás), no nos interesan sus problemas, ni sus sufrimientos, ni las injusticias que padecen… Entonces nuestro corazón cae en la indiferencia: yo estoy relativamente bien y a gusto, y me olvido de quienes no están bien. Esta actitud egoísta, de indiferencia, ha alcanzado hoy una dimensión mundial, hasta tal punto que podemos hablar de una globalización de la indiferencia. Se trata de un malestar que tenemos que afrontar como cristianos.

Cuando el pueblo de Dios se convierte a su amor, encuentra las respuestas a las preguntas que la historia le plantea continuamente. Uno de los desafíos más urgentes sobre los que quiero detenerme en este Mensaje es el de la globalización de la indiferencia.

La indiferencia hacia el prójimo y hacia Dios es una tentación real también para los cristianos. Por eso, necesitamos oír en cada Cuaresma el grito de los profetas que levantan su voz y nos despiertan.

Dios no es indiferente al mundo, sino que lo ama hasta el punto de dar a su Hijo por la salvación de cada hombre. En la encarnación, en la vida terrena, en la muerte y resurrección del Hijo de Dios, se abre definitivamente la puerta entre Dios y el hombre, entre el cielo y la tierra. Y la Iglesia es como la mano que tiene abierta esta puerta mediante la proclamación de la Palabra, la celebración de los sacramentos, el testimonio de la fe que actúa por la caridad (cf. Ga 5,6). Sin embargo, el mundo tiende a cerrarse en sí mismo y a cerrar la puerta a través de la cual Dios entra en el mundo y el mundo en Él. Así, la mano, que es la Iglesia, nunca debe sorprenderse si es rechazada, aplastada o herida.

El pueblo de Dios, por tanto, tiene necesidad de renovación, para no ser indiferente y para no cerrarse en sí mismo. Querría proponerles tres pasajes para meditar acerca de esta renovación.

1. «Si un miembro sufre, todos sufren con él» (1 Co 12,26) – La Iglesia

La caridad de Dios que rompe esa cerrazón mortal en sí mismos de la indiferencia, nos la ofrece la Iglesia con sus enseñanzas y, sobre todo, con su testimonio. Sin embargo, sólo se puede testimoniar lo que antes se ha experimentado. El cristiano es aquel que permite que Dios lo revista de su bondad y misericordia, que lo revista de Cristo, para llegar a ser como Él, siervo de Dios y de los hombres. Nos lo recuerda la liturgia del Jueves Santo con el rito del lavatorio de los pies. Pedro no quería que Jesús le lavase los pies, pero después entendió que Jesús no quería ser sólo un ejemplo de cómo debemos lavarnos los pies unos a otros. Este servicio sólo lo puede hacer quien antes se ha dejado lavar los pies por Cristo. Sólo éstos tienen “parte” con Él (Jn 13,8) y así pueden servir al hombre.

La Cuaresma es un tiempo propicio para dejarnos servir por Cristo y así llegar a ser como Él. Esto sucede cuando escuchamos la Palabra de Dios y cuando recibimos los sacramentos, en particular la Eucaristía. En ella nos convertimos en lo que recibimos: el cuerpo de Cristo. En él no hay lugar para la indiferencia, que tan a menudo parece tener tanto poder en nuestros corazones. Quien es de Cristo pertenece a un solo cuerpo y en Él no se es indiferente hacia los demás. «Si un miembro sufre, todos sufren con él; y si un miembro es honrado, todos se alegran con él» (1 Co 12,26).

La Iglesia es communio sanctorum porque en ella participan los santos, pero a su vez porque es comunión de cosas santas: el amor de Dios que se nos reveló en Cristo y todos sus dones. Entre éstos está también la respuesta de cuantos se dejan tocar por ese amor. En esta comunión de los santos y en esta participación en las cosas santas, nadie posee sólo para sí mismo, sino que lo que tiene es para todos. Y puesto que estamos unidos en Dios, podemos hacer algo también por quienes están lejos, por aquellos a quienes nunca podríamos llegar sólo con nuestras fuerzas, porque con ellos y por ellos rezamos a Dios para que todos nos abramos a su obra de salvación.

2. «¿Dónde está tu hermano?» (Gn 4,9) – Las parroquias y las comunidades

Lo que hemos dicho para la Iglesia universal es necesario traducirlo en la vida de las parroquias y comunidades. En estas realidades eclesiales ¿se tiene la experiencia de que formamos parte de un solo cuerpo? ¿Un cuerpo que recibe y comparte lo que Dios quiere donar? ¿Un cuerpo que conoce a sus miembros más débiles, pobres y pequeños, y se hace cargo de ellos? ¿O nos refugiamos en un amor universal que se compromete con los que están lejos en el mundo, pero olvida al Lázaro sentado delante de su propia puerta cerrada? (cf. Lc 16,19-31).

Para recibir y hacer fructificar plenamente lo que Dios nos da es preciso superar los confines de la Iglesia visible en dos direcciones.

En primer lugar, uniéndonos a la Iglesia del cielo en la oración. Cuando la Iglesia terrenal ora, se instaura una comunión de servicio y de bien mutuos que llega ante Dios. Junto con los santos, que encontraron su plenitud en Dios, formamos parte de la comunión en la cual el amor vence la indiferencia. La Iglesia del cielo no es triunfante porque ha dado la espalda a los sufrimientos del mundo y goza en solitario. Los santos ya contemplan y gozan, gracias a que, con la muerte y la resurrección de Jesús, vencieron definitivamente la indiferencia, la dureza de corazón y el odio. Hasta que esta victoria del amor no inunde todo el mundo, los santos caminan con nosotros, todavía peregrinos. Santa Teresa de Lisieux, doctora de la Iglesia, escribía convencida de que la alegría en el cielo por la victoria del amor crucificado no es plena mientras haya un solo hombre en la tierra que sufra y gima: «Cuento mucho con no permanecer inactiva en el cielo, mi deseo es seguir trabajando para la Iglesia y para las almas» (Carta 254,14 julio 1897).

También nosotros participamos de los méritos y de la alegría de los santos, así como ellos participan de nuestra lucha y nuestro deseo de paz y reconciliación. Su alegría por la victoria de Cristo resucitado es para nosotros motivo de fuerza para superar tantas formas de indiferencia y de dureza de corazón.

Por otra parte, toda comunidad cristiana está llamada a cruzar el umbral que la pone en relación con la sociedad que la rodea, con los pobres y los alejados. La Iglesia por naturaleza es misionera, no debe quedarse replegada en sí misma, sino que es enviada a todos los hombres.

Esta misión es el testimonio paciente de Aquel que quiere llevar toda la realidad y cada hombre al Padre. La misión es lo que el amor no puede callar. La Iglesia sigue a Jesucristo por el camino que la lleva a cada hombre, hasta los confines de la tierra (cf. Hch1,8). Así podemos ver en nuestro prójimo al hermano y a la hermana por quienes Cristo murió y resucitó. Lo que hemos recibido, lo hemos recibido también para ellos. E, igualmente, lo que estos hermanos poseen es un don para la Iglesia y para toda la humanidad.

Queridos hermanos y hermanas, cuánto deseo que los lugares en los que se manifiesta la Iglesia, en particular nuestras parroquias y nuestras comunidades, lleguen a ser islas de misericordia en medio del mar de la indiferencia.

3. «Fortalezcan sus corazones» (St 5,8) – La persona creyente

También como individuos tenemos la tentación de la indiferencia. Estamos saturados de noticias e imágenes tremendas que nos narran el sufrimiento humano y, al mismo tiempo, sentimos toda nuestra incapacidad para intervenir. ¿Qué podemos hacer para no dejarnos absorber por esta espiral de horror y de impotencia?

En primer lugar, podemos orar en la comunión de la Iglesia terrenal y celestial. No olvidemos la fuerza de la oración de tantas personas. La iniciativa 24 horas para el Señor, que deseo que se celebre en toda la Iglesia —también a nivel diocesano—, en los días 13 y 14 de marzo, es expresión de esta necesidad de la oración.

En segundo lugar, podemos ayudar con gestos de caridad, llegando tanto a las personas cercanas como a las lejanas, gracias a los numerosos organismos de caridad de la Iglesia. La Cuaresma es un tiempo propicio para mostrar interés por el otro, con un signo concreto, aunque sea pequeño, de nuestra participación en la misma humanidad.

Y, en tercer lugar, el sufrimiento del otro constituye un llamado a la conversión, porque la necesidad del hermano me recuerda la fragilidad de mi vida, mi dependencia de Dios y de los hermanos. Si pedimos humildemente la gracia de Dios y aceptamos los límites de nuestras posibilidades, confiaremos en las infinitas posibilidades que nos reserva el amor de Dios. Y podremos resistir a la tentación diabólica que nos hace creer que nosotros solos podemos salvar al mundo y a nosotros mismos.

Para superar la indiferencia y nuestras pretensiones de omnipotencia, quiero pedir a todos que este tiempo de Cuaresma se viva como un camino de formación del corazón, como dijo Benedicto XVI (Ct. enc. Deus caritas est, 31). Tener un corazón misericordioso no significa tener un corazón débil. Quien desea ser misericordioso necesita un corazón fuerte, firme, cerrado al tentador, pero abierto a Dios. Un corazón que se deje impregnar por el Espíritu y guiar por los caminos del amor que nos llevan a los hermanos y hermanas. En definitiva, un corazón pobre, que conoce sus propias pobrezas y lo da todo por el otro.

Por esto, queridos hermanos y hermanas, deseo orar con ustedes a Cristo en esta Cuaresma: “Fac cor nostrum secundum Cor tuum”: “Haz nuestro corazón semejante al tuyo” (Súplica de las Letanías al Sagrado Corazón de Jesús). De ese modo tendremos un corazón fuerte y misericordioso, vigilante y generoso, que no se deje encerrar en sí mismo y no caiga en el vértigo de la globalización de la indiferencia.

Con este deseo, aseguro mi oración para que todo creyente y toda comunidad eclesial recorra provechosamente el itinerario cuaresmal, y les pido que recen por mí. Que el Señor los bendiga y la Virgen los guarde.

Vaticano, 4 de octubre de 2014
Fiesta de san Francisco de Asís

Franciscus

 mensaje para la Cuaresma

Comunicación Montalegre

 

 

Via Crucis en Montalegre

Todos los viernes de la Cuaresma se rezará el Vía Crucis en Montalegre.

Los viernes  20 y 27 de febrero y 6, 13, 20 y 27 de marzo de 2015, después de la misa de 6 de la tarde, se rezará y cantará el Via Crisis en la nave central de la Iglesia de Santa María de Montalegre.

¡Estáis todos invitados!

Vía Crucis en Montalegre

ViaCrucis_FilmLaPasionDeCristoTodos los viernes de Cuaresma se rezará el Vía Crucis en Montalegre. La Cuaresma este año comienza el 18 de febrero de 2015 que es el miércoles de ceniza, la cual se impondrá en todas las misas del día. Los viernes referidos serán los siguientes: 20 y 27 de febrero, y 6, 13, 20 y 27 de marzo de 2015, después de la misa de 6 de la tarde.

Se rezará en la nave central de la Iglesia de Santa María de Montalegre, con procesión de la cruz por todo el templo y será conducido por sacerdotes de la iglesia.

Pero ¿Qué es el Vía Crucis? El Vía Crucis es una oración de tradición cristiana que se reza normalmente en comunidad de fieles, en las parroquias, en las iglesias, oratorios, monasterios, etc. Sus secuencias repasan el camino que Jesucristo hizo hacia la cruz, hasta llegar al Calvario. Tradicionalmente se reza en Cuaresma y en  Semana Santa, pero dado que se meditan los misterios dolorosos no quita que se pueda rezar en otros momentos del año, en especial en los retiros espirituales.

En Montalegre se cantará el Via Crucis de Lluís Millet . Al finalizar también se cantará el Credo de los fieles. Y a continuación, comenzará puntualmente la misa de 7 de la tarde.

¡Estáis todos invitados!

Isabel Hernández Esteban

El respeto

corcovadoEl pasado mes de Enero hemos vivido momentos de tensión muy delicados con motivo de los atentados terroristas contra una revista satírica en París, motivado por la publicación de unas viñetas sobre Mahoma, el profeta del Islam.

Con el paso de los días, una vez superada la primera impresión, y la primera reacción visceral por la barbarie a la que hemos asistido, se hace necesaria la reflexión mas pausada sobre el punto clave que desencadena toda esta violencia.

No se trata, de ninguna manera de justificar mínimamente la acción terrorista, siempre execrable: es una gravísima ofensa a Dios y al prójimo, y la ola de odio y rencor que genera la convierte en algo diabólico.

En el ánimo de todos, de esto no hay ninguna duda, está el construir una sociedad que viva en paz y armonía, teniendo en cuenta que cada día es mas plural. Y esto requiere unas condiciones. Entre ellas y muy en primer lugar, se encuentra el respeto a los demás: a su raza, a su cultura y a su religión. No es posible construir la paz sobre el racismo, sobre una pretendida superioridad cultural o sobre la burla a los principios religiosos de los demás.

La paz se construye sobre el respeto mutuo, muy especialmente en esos aspectos esenciales y que tienen tanta trascendencia en la vida de las personas. Cuando no existe ese respeto se genera un clima de división que deriva, como se ha podido comprobar tantas veces a lo largo de la historia, en violencia.

Mn Francesc Perarnau

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